El cine ha sido una nave de luces en la que he cargado sueños, fantasías e ilusiones. Siendo que esa nave se está hundiendo, lo que escriba pretende ser un salvavidas. Un rescate flotante que le tiro a mi nave. O tal vez la orquesta que no para de tocar. O las reflexiones crónicas sobre lo que quizás ya sean ruinas.
martes, 28 de diciembre de 2010
6 reflexiones sobre el trabajo de contar historias, los que las cuentan, los que renuncian a hacerlo y los que nunca supieron cómo se hace
("Charles Dickens as he appears when reading." Wood engraving from a sketch by Charles A. Barry (1830-1892). Illustration in Harper's Weekly, v. 11, no. 571, 7 December 1867, p. 777)
Leí en una nota que Matt Damon dijo en una entrevista que el director Steven Soderbergh estaba pensando en retirarse de la dirección de cine, que iba a dedicarse a la pintura. Tiene 47 años. Contó que él le dijo algo así como “miralo a Clint Eastwood, tiene 80 años y sigue dirigiendo”. La respuesta del director de Che y Traffic fue “sí, pero él cuenta historias”. Recordé esto, leído en el Pagina/12 del domingo al salir de ver Más allá de la vida (Hereafter), la última película de Eastwood.
En los últimos años, y con el punto más alto de repercusión en el ridículo Oscar a mejor película a Crash, aparecieron muchas películas que “cruzaban historias”. Algo de Pulp Fiction, algo de Robert Altman homenajeando a Carver, algo de Amores Perros. Esta lista sirve para ver que no es tan importante el recurso como lo que se cuenta y cómo, Crash es un bodrio lacrimógeno, Pulp Fiction una gran película. Luego de ver la película de Eastwood pensé en que hay una diferencia entre historias que se cruzan e historias que se encuentran. Unas películas respetan a los personajes, no los manipulan, los contienen, no los digitan, los construyen, no los menosprecian. No hay accidente, hay búsqueda. Cuando se cuentan historias, estas se pueden encontrar.
“Todos hablan de Shakespeare y pocos se acuerdan de Dickens”, dice esto (o algo parecido) el personaje de Damon, señalando un retrato del escritor inglés que tiene en la pared de su departamento. Dickens publicó muchas de sus novelas en entregas por fascículos que causaban fascinación y una expectativa masiva hasta en las colonias británicas. Luego vinieron las ediciones en libros, que terminaron ocultando hasta ciertos desfasajes y decisiones arbitrarias y fuera de lógica del autor. Hoy ya no se lee a Dickens como se lo leía en ese momento, los libros transformaron la experiencia inicial de una manera similar a como hoy poder ver una temporada entera de una serie en un día cambió la forma en que se la veía o ve por TV. Algo similar pasó con Shakespeare, de quien las primeras ediciones de sus obras fueron hechas juntando los guiones que tomaban de manos de los actores de sus obras. Pese a que los dos comparten estas particularidades en la forma en que se publicaron y leyeron sus obras, la reivindicación de Dickens es un guiño a un contador de historias. Incluso a uno que más que historias contaba cuentos.
George Lonegan (Matt Damon) toma clases de cocina en san Francisco, su ciudad. El cocinero y maestro de cocina italiana enfrenta a sus alumnos, todos con su mise en place armada esperan instrucciones. Lo primero que hace es pedirles que beban una copa de vino italiano, luego pone música del mismo país y los hace probar ingredientes con los ojos cerrados. Parece simple, parece tonto, pero frente a los discursos aburridos de tantos comunicadores de la cocina, a los lenguajes técnicos que acogotan el placer de la comida, un maestro que habla de sentidos, de placer, que propone un viaje de sensaciones para llegar a cocinar la cocina de un lugar, eso es ser un contador de historias más que un simple profesor de cocina. Que en ese terreno asome el placer no es azar.
Marie Lelay puede contar la historia oculta de Francois Miterrand o lo que vivió cuando el tsunami le pasó por encima. Sumergida en la masa marina vió su muerte. Contar la historia de otro, contar la propia. Contar tu experiencia te va a poner mucha gente en contra, va a ser muy duro, le dice y la advierte la mujer del instituto que trabaja con enfermos terminales y vivió una experiencia similar. No importa tanto si están hablando de “una experiencia con la muerte” sino que de lo que hablan es de contar la propia historia. De ser tu historia. De vivir tu historia. De ser el protagonista y no un narrador de las sombras de las vidas de los demás.
Es raro que Clint se haya metido con el tema de las experiencias de gente que vivió su muerte, con experiencias psíquicas, con diálogo con muertos, pero uno puede suspender la credulidad y buscar en todo esto algo más. El contraste entre los momentos íntimos, profundos y dramáticos de los diálogos de George Lonegan con los muertos frente a los charlatanes que visita Marcus. Historias hay muchas, narradores también, la mayoría son charlatanes, narradores desesperados buscando leer voces que no escuchan. También hay algunos que pueden contactarse con la vida y la muerte, con las voces en que se teje el drama de los hombres. Los que todavía se emocionan con alguien que les lee un cuento.
jueves, 23 de diciembre de 2010
4 reflexiones y una canción sobre el poder, el corazón de los hombres y la red social en Facebook
Su ex novia ya está en Facebook, él puede ver su perfil, refresca la página y su foto, sus datos, su estado civil, sus contactos, sus últimas actividades, todo parpadea. El arreglo ya está hecho y armó el mapa del pasado y del futuro de Facebook: su amigo recobró sus créditos autorales, los hermanos remeros se llevan su plata, él es el creador y el mayor billonario joven del mundo. ¿Su Rosebud es una mujer? ¿Su Rosebud es el amor? No, es la manera por él diseñada de verle la cara a la única que le dijo lo que siempre sería: un idiota.
En la película Un oso rojo hay una línea que siempre recuerdo, aquella en la que el protagonista interpretado por Julio Chavez dice “toda la plata es robada”. Red social hace dos agregados a esta frase: la primera, todas las ideas son robadas. Mark toma de sus vínculos las ideas que lo llevan a armar su proyecto, el gesto que lo distingue es cómo estas ideas lo inspiran a crear una red de vínculos, este territorio del que es expulsado y que él usurpa. La segunda, como la estructura universitaria con sus castas, clases sociales, agrupaciones y tecnologías propias no solo impulsa y cobija el nacimiento de Facebook sino que le marca la forma que tendrá. Que los hermanos Wingklevoss se lleven una parte del dinero no es tan relevante como sí que simbólicamente la plata siempre termine circulando en los mismos ámbitos. O que pase a otras manos siempre y cuando no amenaza las reglas del juego que ayudaron a hacerla nacer.
Cuando los hermanos remeros le preguntan qué inventó Mark cuenta algo que creó en la secundaria, por lo que recibió ofertas de Microsoft y terminó subiendo gratis a la web. Unos minutos más adelante Mark toma medio millón de dólares y sube triunfal, algo temeroso y apenas avergonzado al escenario en que abandonará a su amigo, donde pondrá el dinero en manos de los que siempre manejan el dinero y transformará su creación en un monstruo de 500 millones de cabezas. Cambios sutiles, cambios radicales.
“Facebook no puede caer nunca” grita a su amigo y futuro ex Mark, mientras lo convoca a lo que será una emboscada. Que lo diga en los años previas a las caída brutal del sistema financiero norteamericano es simbólico: que todo caiga, que nada caiga, que se desmoronen los edificios, las hipotecas, las financieras y las aseguradoras pero que las imágenes que construyen las personas sobre sí mismas y espejan el mundo estén siempre ahí. La gente cae, los perfiles de las personas son mucho más difíciles de borrar. Eso también es Facebook, la creación de un relato ilusorio, una red de actividades, estados e ideas que funciona a condición de ser siempre.
La película cierra con Lennon cantando “How does it feel to be / One of the beautiful people? / Now that you know who you are / What do you want to be? / And have you travelled very far? / Far as the eye can see. / How does it feel to be / One of the beautiful people? / How often have you been there? / Often enough to know. / What did you see, when you were there? / Nothing that doesn't show. / Baby you're a rich man, / Baby you're a rich man, / Baby you're a rich man too. / You keep all your money in a big brown bag inside a zoo. / What a thing to do. / Baby you're a rich man…”
lunes, 20 de diciembre de 2010
10 reflexiones sobre los 25 años de Volver al futuro y el fin de algunas cosas
Durante casi dos años escribí cada día en Facebook una efeméride. El ejercicio consistió en buscar acontecimientos, hechos, aniversarios históricos y decir algo sobre ellos. Por ejemplo, yo encontraba: “Hace treinta años The Clash lanzó su disco London Calling” y yo hacía la cuenta, busca dónde estaba, quién era, cuándo lo escuché, con quién, la circulación que tuvieron esas canciones durante todo ese tiempo, en que se han transformado, quien soy hoy. Y escribía sobre todo eso, o sobre algo de eso. El pasado en el presente, el presente en el pasado. Lo mismo de lo que trata Volver al futuro.
En los últimos años volvieron todos los íconos de los 80, los colores, la textura de la ropa, la música, las películas, las bandas, las canciones, los actores. 25 años después del estreno de Volver al Futuro reestrenan la trilogía en los cines de Argentina y para presentarla rehicieron el tráiler. En él, Michael Fox vuelve a las Nike blancas y rojas, a patear las gomas del Delorean para ver si están bien de presión, a prender todas las luces del auto y al final mira a cámara y apenas logra disimular el temblor de su cuerpo. La imagen es un poco triste. Las cosas pueden volver, pero aunque se busca evitarlo el tiempo y el drama siempre muestra las marcas.
Revisando las efemérides encontré, qué, como de ningún otro tema hay dos que tratan sobre Volver al Futuro. Esta es la primera: “La madre se enamora del hijo y él tiene que evitarla, y no solo eso, sino también lograr que ella encuentre encantador al que será su padre, un hombre sin mucha gracia, coraje ni encanto. Casi todo Psicoanálisis I, materia clave del primer año de Psicología se puede entender mucho mejor viendo Volver al futuro, la película que se estrenó un 3 de Julio, hace 25 años. "I guess you guys aren't ready for that, yet. But your kids are gonna love it" dice McFly luego de su solo de guitarra en la fiesta final. ¿Uno siempre es un intruso en su pasado? ¿A qué época uno iría aún con el riesgo de enfrentarse a las caras de la propia historia?”
Esta es la segunda: “El 5 de Noviembre que solo existe en Back to the future Emmet "Doc" Brown se cayó en la bañadera y tras el golpe se le ocurrió la idea para el Flux Capacitator. El dispositivo consistía en tres luces que formaban una Y y que el científico describía sencillamente como ""what makes time travel possible". Hace unos días sacaron al DeLorean con el Flush capacitator incluido a remate, esperando ganar al menos U$S 100.000. No solo sacan a la venta un auto que es parte del imaginario de la fantasía de una generación sino que les piden a los que sostienen su credulidad que le pongan el precio, en una maniobra perversa por derribar para siempre sus últimas fantasías. Yo le creo a Doc, yo no le pongo precio a mis fantasías.”
Hace unos años fui al festival Sonar en Buenos Aires, un DJ hizo un show en el que mezclaba música con imágenes de una manera que nunca había visto. Lo que hacía era mezclar en vivo la música de la parte de Volver al futuro en que Mc Fly toca la guitarra en la fiesta de la prepa. Deformarla, enlentecerla, repetirla, plegarla, todo al mismo tiempo que la imagen pasaba, se detenía, volvía atrás, patinaba. El set tenía su punto más alto en el momento que Mc Fly terminaba el solo de guitarra y se hacía el famoso silencio de la escena de la película. En ese momento quedaba Marty mirando a sus espectadores del 55 y al mismo tiempo mirándonos a nosotros en los primeros años del siglo XXI. Unos y otros callados, sorprendidos, fascinados. Ambos climas los cortaba como un cuchillo la misma frase: “creo que no están todavía preparados para esto”. La potencia de la escena estaba intacta, aunque todo hubiera cambiado.
Volviendo a leer muchas de las efemérides, una atrás de la otra, descubrí una de las razones por las que lo hice. Y quizás parece la más obvia y tonta: para escribir algo todos los días. Desde que soy bastante chico escribir fue algo importante, recuerdo exactamente la primera vez que me felicitaron por un texto que leí sobre la tarima que había en mi clase. Debería estar en 6 grado y la muy literaria descripción, influenciada por muchas lecturas a libros de la colección Billiken, decía “erguido hasta el metro sesenta” para decir de otra manera que el protagonista de mi relato medía 1, 60. Para mí eso era la literatura, decir las cosas de otra manera. Como si un escritor debiera dar vuelta el lenguaje, o peinarlo de otra manera, o sorprender siempre. Aunque ya no crea en esto, las efemérides de alguna manera buscaban hacer esto, hacer un rulo en la historia, sacar de contexto, ponerlo en otro, contar un pedacito de la historia como una ficción, colarle imágenes, ideas, una reflexión. Escribir todos los días ficción, con las palabras de los hechos que encontraba en la crónica del mundo.
McFly viaja al pasado, lo perturba y debe buscar la trompada que reinicie la historia en el punto en que él la había distorsionado. La película trata sobre esta ilusión, la de que uno puede cambiar la historia, con solo viajar a ella o con armar una estrategia que incluya un reloj y un rayo, una guitarra, una táctica adecuada y una trompada a tiempo. Uno puede ganarse el derecho a no desaparecer de la historia en el futuro. La ilusión es que en el futuro todos somos posibles, cuando en realidad en el futuro todos seremos algo parecido a una ilusión del pasado.
Escribir las efemérides, y los poemas que fui posteando en mi blog me hizo escribir mucho, más que ningún otro año de mi vida he dejado una estela frondosa de palabras. Me reconcilié con la tarea y empecé a ver en el futuro más y más textos, más y más poemas, más y más palabras. En el pasado que rastreaba cada día para las efemérides encontré imágenes, ideas, sensaciones para los textos y esos textos me iluminaron algo del futuro. El pasado no se cambia, pero te puede dar indicios sobre como ensamblar el faro que indique cuál es la próxima costa donde desembarcar.
El vuelo, los viajes, el pasado, la memoria, las ilusiones, uno de los poemas que escribí este año dice algo sobre esto: La memoria, ante el vuelo, posada en la pista de donde todo sale / donde todo llega. Desnuda, lista para llenarse de plumas, desnuda, / lista para llenarse de frio. Cuando el tiempo la vista voy a estar lejos / hundido en la resaca del olvido y seré yo el esqueleto de metal, / y sentiré yo el frío, y seré yo al que oxide el aire del mar. / La memoria, ante el vuelo, y en el vuelo el yo, / que cree que vuela porque quiere, que cree que el que vuela soy yo.
Luego de dos años de volver cada día al pasado para escribir una efeméride, de armar un artefacto que hice funcionar a diario, las partes de esa máquina están sueltas sobre mi mesa de trabajo. La tarea sigue siendo la misma, buscar, con palabras, las cosas a decir sobre este viaje. Los nacimientos, las muertes, los estrenos, las películas o los paisajes son siempre razones, son siempre excusas. Nada hay que deba ser dicho, nada hay que no se pueda dejar de decir. Desde ese territorio, cada palabra puede ser una semilla, cada oración una imagen, cada poema un paisaje y cada texto otra manera de decir yo.
sábado, 11 de diciembre de 2010
Reflexiones sobre el cine en mi vida luego de ver Patton
Este año se me rompió el aparato reproductor de DVD. En el mismo tiempo en que deliberaba sobre si comprarme otro, sumar un plasma o entrar en el universo LCD un amigo me habló de cuevana.com, el sitio para ver películas y series online. Nunca repuse el DVD y transformé mi televisión de 25 pulgadas en algo parecido a una mesita de luz. Este año también compré una lap y el amigo que me asesora en estos temas me instaló un router en mi casa, que me dejó llevar la computadora a mi cama sin dejar de estar conectado a la web. Uno y otro hecho dieron nacimiento a la forma en que he visto series y películas casi todo este año. Y la transformación no solo es fuerte sino que me ha hecho pensar sobre como he visto películas a largo de mi vida.
Las primeras películas que vi fueron proyectas en súper 8. Recuerdo el olor y la textura de las cintas fílmicas que se alquilaban, recuerdo que nos las proyectaban en los cumpleaños, para entretenernos. Bambi y también Superman fueron algunas de mis primeras películas en súper 8, a veces proyectadas en una pared, otras en una pantalla, la misma en que veíamos diapositivas con fotos familiares. Hace unos días una amiga me regaló una cámara para filmar en súper 8. Es mecánica, funciona a cuerda. No sé dónde podré conseguir una película para filmar algo. El cuadro que se ve por el visor es diminuto. El proyector de super 8, recuerdo, hacía un ruido rítmico y constante, un tac tac que terminaba cuando el rollo se agotaba y la cinta quedaba suelta, pegando latigazos sobre el soporte del riel. Ese fue para mí el primer ruido del cine.
El cine era en mi infancia un lugar que estaba lejos. Viví en San Fernando y el más cercano estaba en Martínez, luego abrió uno en San Isidro, más cerca, pero yo ya estaba viviendo en Tigre. El momento del año en que el cine estaba cerca era el verano, en Pinamar, donde había dos cines que cambiaban su programación cada semana. Era uno de los planes privilegiados de mis padres. Recuerdo pasar a buscar el programa el día de los estrenos, recuerdo cierto vértigo por las películas nuevas, por saber si entre ellas había una que realmente iba a querer ver. Un mes en Pinamar eran en parte para mí cuatro veces que cambiaba la programación. Una vez mis tíos me llevaron a ver Crímenes y pecados, de Woody Allen, y me dormí. Otra vez mi viejo me llevó a ver Rambo.
Alrededor de mis diez, doce años, apareció la videocasetera. Creo que la primera que conocí estuvo en casa de mis tíos, en San Fernando, a unas quince cuadras de mi casa. Con su llegada algo raro comenzó a pasar. Las películas las veíamos en el mismo lugar, situación y con un clima similar al de las proyecciones en súper 8. Pero el proyector y los rollos de la súper 8, algunos guardados en placares, pasaron a ser viejos. Muy viejos. A esa edad uno necesita separar lo nuevo de lo viejo para descartar como lastre, esos objetos, imágenes y películas que uno siente que son parte del pasado. Es la época en que uno tira esos juguetes que 15, 20 años después querría poder tener, al menos para recordar cómo eran. La videocasetera me ayudo a compartir películas con amigos, en reuniones y cumpleaños. Películas como Cuenta Conmigo o Los Goonies son de esa época.
De la aparición del DVD no recuerdo nada, o quizás solo la promesa de una mejor calidad y que uno tenía menos posibilidades de modificar algo de la imagen. Mientras la cinta de los casetes podían estar mejor o peor, había tracking y esas cosas para mejorar un poco la imagen y que la cinta envejecía, en el dvd solo se trataba de si funcionaba o no. Los DVD no te dejaban adelantar la parte en que te hablaban en contra de la piratería, los videocasetes sí. Cuando el DVD entraba en su fase de expansión me mudé solo y decidí no tener televisor. Sin esta pantalla tampoco tuve reproductor de DVD. Esta etapa duró dos años. Ese tiempo decidí ver películas solo en el cine y fui más que nunca en mi vida. Entre 30 y 40 cada año. Descubrí qué, de todas las que iba a ver cada año se rescataban no más de 10 películas. Extrañé ver películas que no fueran estrenos, volver a ver las que más me habían gustado, poder reencontrarme con Casablanca o los mejores western de mi vida, encontrarme con John Ford y también volver a Los Goonies. En esos años descubrí la sala Leopoldo Lugones.
Luego de estos dos años, el cruce del desierto, compre tele y DVD, enfoqué todo a mi cama y encontré un videoclub en mi barrio. Durante el primer año alquilé tantas películas que un día uno de los dueños me dijo que me consideraba amigo de la casa y dejó de cobrarme. No solo esto me supuso un ahorro necesario en años en que no tenía mucha plata sino que me liberó para sacar películas raras, por las que quizás no hubiera pagado el precio del alquiler. Llegar a casa con la cajita, abrirla, ponerla en el aparato y tirarme a verla se transformó en un ritual sagrado. Como devolución de gentilezas, me prometí devolver todas las películas dentro de las 24hs. Esto me hizo ver siempre las películas el mismo día que las alquilaba. No había negociación posible, así como nunca en mi vida me levanté de una película en el cine, no iba a devolver una película sin verla y no lo iba a hacer fuera del término establecido por el videoclub. Estas reglas le dieron vigor a mi ritual, establecieron condiciones y mantuvieron cierto ritual íntimo con mis películas.
Este videoclub tenía muchos estrenos, algunas películas viejas y comenzó poco a poco a armar unas carpetas con copias piratas de películas estrenadas pero aun no editadas en DVD. Cada año estas carpetas fueron más y más grandes. Cada vez las copias piratas comenzaron a aparecer antes. Seguí yendo al cine, aunque cada vez menos y cada año me compré el anuario de la revista El Amante, número que me servía para recordar las películas que había visto en el año. Marcaba mis elegidas, las que me había faltado ver y pensaba mi propio top ten en comparación con el que elegían los editores y con el que elegían los lectores.
Como dije al principio de esta crónica, este año se me rompió el dvd y nunca lo repuse. Empecé a ver las películas en mi computadora. Esto hizo qué: las viera de más cerca, en general con la computadora sobre el regazo en mi cama, que lo hiciera en una pantalla más chica, que casi deje de alquilar películas y que empezara a verlas en partes, parando la reproducción y en algunos casos comenzando a ver la película un día para terminarle varias horas, o hasta un par de días después. El tamaño de la imagen era el mismo del de la ventana de videos de youtube, y aunque ambas se pueden ampliar, ya no parecía raro ver una gran película en un tamaño reducido. Quizás por este efecto de disminución de las imágenes fue que este año comprendí la frase “el único espectáculo más grande que la vida” mientras leía una nota de El Amante. Era obvio, el cine proyecta imágenes en que todo es más grande que como son en la vida real. Como una paradoja en mi vida, mientras el cine se hacía más chico, desnudaba su verdadera escala.
En los últimos días, cuevana.com, el sitio en que vi todas las películas en los últimos meses comenzó a anunciar que iba a cambiar de sitio. Iba a pasar (y pasó) a ser cuavana.tv. Como si anunciara su huida, como si se declarara un prófugo, como si las películas se estuvieran escapando, no importa el formato ni la forma en que uno las viera. En esos días había comenzado a ver cada capítulo de la serie The Pacific, producida por Steven Spielberg, uno de los directores más importantes de mi vida y temí quedarme sin ver los capítulos que me faltaban. Luego de ver los primeros 6 capítulos de la serie de HBO encontré entre las “últimas películas” de cuevana el film Patton. El frente de la película, visto miles de veces, me hacía pensar que había visto la película aunque sabía no solo que no la había visto sino que no sabía nada sobre ella. Ni quién era el actor, ni quién el director, ni de qué año era. Y decidí verla. Y empecé a hacerlo un jueves a la tarde. Y termine de verla un viernes. De repente me di cuenta que ya no solo no iba a una sala a aislarme del mundo durante un par de horas sino que tampoco lograba reproducir ese tiempo de suspenso en mi casa.
Patton es de 1970 y The Pacific del 2009, ambas tratan sobre personajes y batallas de la segunda guerra mundial, la primera sigue al general norteamericano por África, Inglaterra, Estados Unidos y Europa y cuenta como nunca lo dejan llegar a pelear su última batalla al Pacífico. The Pacific cuenta parte de la guerra en ese océano y algunas de las islas que contiene. La parte japonesa de la segunda gran guerra. Patton, la película, más o menos a los dos tercios de sus casi dos horas para por un intermedio. Cuando apareció este intervalo yo ya había parado varias veces la película. Algunas pocas películas que recuerdo haber visto en el cine se detenían en el medio de su proyección. Muchas ponían una banda de sonido. Creo que la que más recuerdo es Lo que el viento se llevó, no solo por su música sino también porque el intervalo marcaba un punto de inflexión en la historia, con la protagonista jurando venganza y hacer cualquier cosa para recuperar el mundo que veía incendiarse en el estallido de la guerra civil. Y esa película la vi en mi casa, en DVD, en lo que ahora es mesa de luz.
Desde que escribo textos para mi blog de cine anterior trato de contar mis reflexiones sobre las películas. Cuando armé este blog, una continuación del anterior y a la vez uno muy distinto, empecé a pensar no solo en las películas sino también en la forma en que las veo. Pensé en fechar cada película, en contar el momento o el lugar en que había visto la película comentada y también en pensar qué se había transformado a partir de los formatos en que veo y he visto cine en mi vida. En la declaración inicial de este blog escribí que lo que escriba es para “volver al cine”, es decir, a meterme en un cine, en la sala, en las primeras o últimas funciones. Pero también en escribir sobre películas que veo en otros formatos. Mirando el camino recorrido ya aparecen muchas formas distintas, el super 8, el videocasete, el DVD, la televisión, la computadora como reproductor, internet como videoclub, y muchos lugares, algunos a los que había que viajar, otros que existían solo en el verano, el living, las camas, las salas de un centro cultural, los cines de barrio, los multicines, las salas con tecnología 3D, el patio de mi casa. Como un resto del naufragio, en mi casa tengo unas butacas de cine de hierro y madera, como una metáfora, sentado en ellas se ve la gran puerta ventana que da al patio.
El día en que terminé de ver Patton me encontré con un amigo para hacer un asado en casa. Mientras comprábamos algo de carne en el supermercado chino de mi barrio le fui contando algunas de las escenas que más me habían impactado de la película. Creo que esto es una de las cosas que más me gustan, contar partes de películas y contar las cosas que pienso sobre ellas. Siempre es interesante lo que uno recuerda de una película, el recorte que hace, las imágenes, personajes o secuencias que quedan flotando en la memoria. Y siempre es interesante compartir para discutir esos pedazos, que es, también, compartir y discutirse uno en sus ideas.
¿Por qué estas reflexiones las escribo luego de ver Patton? No lo tengo del todo claro, aunque si encontré en esta película dos temas que me movilizaron. Uno, que la vi en partes, cortándola, reiniciándola. Terminé la película buscando información sobre la película en youtube, donde descubrí por un video de tres o cuatro minutos que Coppola trabajó en el guión, especialmente en la apertura del film. El otro tema es la mirada de Patton sobre la guerra. Hay una gran escena en que él resume sus ideas. Está a caballo, la guerra terminó y un grupo de reporteros se acerca a entrevistarlo. Sin bajarse les responde sus preguntas sobre las “wonder arms”. Patton les dice algo como “con las armas nuevas (misiles de largo alcance) no habrá honorabilidad, solo ganadores y perdedores”. Solo ganadores y perdedores. Minutos antes en la película, un militar alemán derrotado mira con admiración una foto de Patton y piensa en voz alta: este hombre no va a poder vivir sin combatir. La película termina con el general relevado de su cargo y la historia cuenta que meses después murió en un accidente de tránsito. Y que en esos meses Estados Unidos tiró las dos primeras bombas nucleares de la historia. Ganadores y perdedores.
Para Patton triunfar era todo, pero la guerra se trataba de la forma en que se triunfaba. Hay una frase de él que dice que el problema de Montgomery, el general ingles con quien rivalizó durante los combates de la segunda guerra mundial, era que este quería acomodar la realidad a sus planes, mientras en cambio él acomodaba sus planes a la realidad. También dice que la honorabilidad, es algo que se construye y sostiene en los actos en el campo de batalla. No tiene que ver con el final, ni con el destino, ni con la victoria. La realidad muestra que el cine ha buscado en los últimos años “espectacularizarse” en 3D, que las salas son, o inmensas, o pequeñas y encerradas en centros comerciales, que a todo lo que no entra en esos complejos se lo busca nombrar como “cine arte”, que la televisión encontró una forma camaleónica de mudarse en series para morderle el cuello al cine, que internet es el gran archivo de películas y que el mercado tecnológico ofrece pequeños cines para instalar en tu casa. Casi nada queda del cine que vi y viví. Como Montgomery, a veces fantaseo con acomodar la realidad a mis deseos y planes, como Patton, acepto que es uno el que debe acomodar sus actos a la realidad. Como el que escribe estas reflexiones y sigue viendo, esperando y pensando el cine, creo que los dos tienen razón.
viernes, 3 de diciembre de 2010
Una reflexión sobre el Hawaii real y el imaginario en una secuencia de Embriagado de amor
“ Sabe, pálido lector, que cada vez que uno se abstiene verdaderamente de morir, resulta de eso un verdadero nacimiento, tanto más precario y doloroso en cuanto se emerge de las tinieblas sin otra madre que uno mismo, sin otra contracción que una voluntad que no siempre se alcanza a comprender muy bien. Durante largo tiempo la mente se acordará de los días en que no lograba mantener contacto ni con el cuerpo ni con el exterior, y la vida entera, sin esa mirada, parece mucho más frágil que el cuerpo que la contiene. Uno se sorprende a sí mismo avanzando al tanteo en un mundo sin embargo lleno de luz, a volver poco a poco de nuevo a las gentes, como si pudieran quebrarse al menor contacto, mientras que en sí mismo se siente que los fragmentos rotos no han vuelto a recuperar enteramente su lugar.”
(Los autonautas de la cosmopista, Julio Cortazar y Carol Dunlop)
Leí este libro hace varios años, fue el primer regalo que me hizo una persona con la que, no casualmente, había recorrido un viaje inverso al del libro. Cortazar y Dunlop lo habían hecho de Paris a Marsella, nosotros lo habíamos hecho en sentido inverso y sin tocar nunca la ruta que une las ciudades. Esta parte del libro siempre se mantuvo en mi memoria y volvió al ver este recorte de Punch Drunk Love. El amor en sus formas más misteriosas, extrañas y vitales es parte del corazón de esta gran película. Un bellísimo traje azul eléctrico, un hombre que ve el error y el azar en el mundo y una forma de sacarle provecho, la familia como un corset de la mente y las ansias de liberación con el amor como motor a cuerda, piezas del rompecabezas que arma el director y en el que logra hacer de Sandler el mejor actor del mundo. En esta secuencia, Egan se despide de su trabajo, deja atrás su familia y abandona su ciudad. En este camino de despedida parece alejarse de la muerte en que lo encerraba su trabajo, su familia, su ciudad, su rutina. “Preferiría no hacerlo” es la frase de Baterbly el escribiente y Egan parece decir lo mismo para huir. Miren y escuchen como se va del trabajo, como le cuenta lo que hay que hacer y lo que espera de cara a su empleado. “Uno se sorprende a sí mismo avanzando al tanteo en un mundo sin embargo lleno de luz”, escribe Cortazar y podemos ver en estas palabras las imágenes del personaje de Adam Sandler saliendo por la manga del aeropuerto hacia un final lleno de luz, luego caminando a contraluz en el pasillo externo del hotel hawaiiano y dándole un beso a su amada bajo el portal, recortado en el fondo luminoso de la costa del mar. “Las gentes parecen poder quebrarse al menor contacto” dice el libro y esa es la sensación que tiene todo en el mundo de Egan, y parece que él estuviera siempre a punto de romper todo, de romperlos a todos, de entrar como un elefante al bazar que es su cabeza. Luego del encuentro, el beso y el abrazo, los enamorados caminan hasta la orilla del mar, la playa y la música tropical. “Really looks like Hawaii here”, dice Egan sentado en una postal perfecta de lo que cualquier persona entiende que es Hawaii. Esta frase fue la que me llevó a escribir, luego vino el recuerdo de Cortazar y Dunlop, el del libro y su origen, el de la abstinencia de la muerte y su relación con los pasillos y la luz en Embriagado de amor. Egan está en Hawaii y se da cuenta que parece Hawaii. Parece una estupidez este equívoco, pero no solo resume el espíritu y el carácter del personaje sino que habla del amor. Durante toda la secuencia “He needs me” es el canto de sirenas que parece filtrar la amada desde el destino al que viaja el enamorado. Cuando Egan viaja hacia el amor, Hawaii es Hawaii, el lugar que él tiene en su cabeza y el imán que lo ayuda a abandonar el mundo en el que estaba encerrado. Cuando llega, Hawaii se parece mucho a Hawaii. Hawaii, como el amor, es una postal, es decir, un lugar que no existe. Es un paisaje interno al que uno llega, siempre dejando atrás lo que te puede matar, cruzando pasillos, atravesando océanos, viajando en avión como si fuera la primera vez, tomándose un taxi que te lleve “donde hay hoteles, playas y un teléfono para hacer una llamada”, amenazando de muerte a los que amenazan matarte y besando bajo un portal a la amada como si fuera la primera vez. Como cuentan Cortazar y Dunlop en su libro, es más importante el camino que el lugar de llegada. Es decir, que el camino que uno recorra se parezca todo lo posible a un viaje a Hawaii.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)