El cine ha sido una nave de luces en la que he cargado sueños, fantasías e ilusiones. Siendo que esa nave se está hundiendo, lo que escriba pretende ser un salvavidas. Un rescate flotante que le tiro a mi nave. O tal vez la orquesta que no para de tocar. O las reflexiones crónicas sobre lo que quizás ya sean ruinas.
martes, 28 de diciembre de 2010
6 reflexiones sobre el trabajo de contar historias, los que las cuentan, los que renuncian a hacerlo y los que nunca supieron cómo se hace
("Charles Dickens as he appears when reading." Wood engraving from a sketch by Charles A. Barry (1830-1892). Illustration in Harper's Weekly, v. 11, no. 571, 7 December 1867, p. 777)
Leí en una nota que Matt Damon dijo en una entrevista que el director Steven Soderbergh estaba pensando en retirarse de la dirección de cine, que iba a dedicarse a la pintura. Tiene 47 años. Contó que él le dijo algo así como “miralo a Clint Eastwood, tiene 80 años y sigue dirigiendo”. La respuesta del director de Che y Traffic fue “sí, pero él cuenta historias”. Recordé esto, leído en el Pagina/12 del domingo al salir de ver Más allá de la vida (Hereafter), la última película de Eastwood.
En los últimos años, y con el punto más alto de repercusión en el ridículo Oscar a mejor película a Crash, aparecieron muchas películas que “cruzaban historias”. Algo de Pulp Fiction, algo de Robert Altman homenajeando a Carver, algo de Amores Perros. Esta lista sirve para ver que no es tan importante el recurso como lo que se cuenta y cómo, Crash es un bodrio lacrimógeno, Pulp Fiction una gran película. Luego de ver la película de Eastwood pensé en que hay una diferencia entre historias que se cruzan e historias que se encuentran. Unas películas respetan a los personajes, no los manipulan, los contienen, no los digitan, los construyen, no los menosprecian. No hay accidente, hay búsqueda. Cuando se cuentan historias, estas se pueden encontrar.
“Todos hablan de Shakespeare y pocos se acuerdan de Dickens”, dice esto (o algo parecido) el personaje de Damon, señalando un retrato del escritor inglés que tiene en la pared de su departamento. Dickens publicó muchas de sus novelas en entregas por fascículos que causaban fascinación y una expectativa masiva hasta en las colonias británicas. Luego vinieron las ediciones en libros, que terminaron ocultando hasta ciertos desfasajes y decisiones arbitrarias y fuera de lógica del autor. Hoy ya no se lee a Dickens como se lo leía en ese momento, los libros transformaron la experiencia inicial de una manera similar a como hoy poder ver una temporada entera de una serie en un día cambió la forma en que se la veía o ve por TV. Algo similar pasó con Shakespeare, de quien las primeras ediciones de sus obras fueron hechas juntando los guiones que tomaban de manos de los actores de sus obras. Pese a que los dos comparten estas particularidades en la forma en que se publicaron y leyeron sus obras, la reivindicación de Dickens es un guiño a un contador de historias. Incluso a uno que más que historias contaba cuentos.
George Lonegan (Matt Damon) toma clases de cocina en san Francisco, su ciudad. El cocinero y maestro de cocina italiana enfrenta a sus alumnos, todos con su mise en place armada esperan instrucciones. Lo primero que hace es pedirles que beban una copa de vino italiano, luego pone música del mismo país y los hace probar ingredientes con los ojos cerrados. Parece simple, parece tonto, pero frente a los discursos aburridos de tantos comunicadores de la cocina, a los lenguajes técnicos que acogotan el placer de la comida, un maestro que habla de sentidos, de placer, que propone un viaje de sensaciones para llegar a cocinar la cocina de un lugar, eso es ser un contador de historias más que un simple profesor de cocina. Que en ese terreno asome el placer no es azar.
Marie Lelay puede contar la historia oculta de Francois Miterrand o lo que vivió cuando el tsunami le pasó por encima. Sumergida en la masa marina vió su muerte. Contar la historia de otro, contar la propia. Contar tu experiencia te va a poner mucha gente en contra, va a ser muy duro, le dice y la advierte la mujer del instituto que trabaja con enfermos terminales y vivió una experiencia similar. No importa tanto si están hablando de “una experiencia con la muerte” sino que de lo que hablan es de contar la propia historia. De ser tu historia. De vivir tu historia. De ser el protagonista y no un narrador de las sombras de las vidas de los demás.
Es raro que Clint se haya metido con el tema de las experiencias de gente que vivió su muerte, con experiencias psíquicas, con diálogo con muertos, pero uno puede suspender la credulidad y buscar en todo esto algo más. El contraste entre los momentos íntimos, profundos y dramáticos de los diálogos de George Lonegan con los muertos frente a los charlatanes que visita Marcus. Historias hay muchas, narradores también, la mayoría son charlatanes, narradores desesperados buscando leer voces que no escuchan. También hay algunos que pueden contactarse con la vida y la muerte, con las voces en que se teje el drama de los hombres. Los que todavía se emocionan con alguien que les lee un cuento.
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