El cine ha sido una nave de luces en la que he cargado sueños, fantasías e ilusiones. Siendo que esa nave se está hundiendo, lo que escriba pretende ser un salvavidas. Un rescate flotante que le tiro a mi nave. O tal vez la orquesta que no para de tocar. O las reflexiones crónicas sobre lo que quizás ya sean ruinas.
sábado, 11 de diciembre de 2010
Reflexiones sobre el cine en mi vida luego de ver Patton
Este año se me rompió el aparato reproductor de DVD. En el mismo tiempo en que deliberaba sobre si comprarme otro, sumar un plasma o entrar en el universo LCD un amigo me habló de cuevana.com, el sitio para ver películas y series online. Nunca repuse el DVD y transformé mi televisión de 25 pulgadas en algo parecido a una mesita de luz. Este año también compré una lap y el amigo que me asesora en estos temas me instaló un router en mi casa, que me dejó llevar la computadora a mi cama sin dejar de estar conectado a la web. Uno y otro hecho dieron nacimiento a la forma en que he visto series y películas casi todo este año. Y la transformación no solo es fuerte sino que me ha hecho pensar sobre como he visto películas a largo de mi vida.
Las primeras películas que vi fueron proyectas en súper 8. Recuerdo el olor y la textura de las cintas fílmicas que se alquilaban, recuerdo que nos las proyectaban en los cumpleaños, para entretenernos. Bambi y también Superman fueron algunas de mis primeras películas en súper 8, a veces proyectadas en una pared, otras en una pantalla, la misma en que veíamos diapositivas con fotos familiares. Hace unos días una amiga me regaló una cámara para filmar en súper 8. Es mecánica, funciona a cuerda. No sé dónde podré conseguir una película para filmar algo. El cuadro que se ve por el visor es diminuto. El proyector de super 8, recuerdo, hacía un ruido rítmico y constante, un tac tac que terminaba cuando el rollo se agotaba y la cinta quedaba suelta, pegando latigazos sobre el soporte del riel. Ese fue para mí el primer ruido del cine.
El cine era en mi infancia un lugar que estaba lejos. Viví en San Fernando y el más cercano estaba en Martínez, luego abrió uno en San Isidro, más cerca, pero yo ya estaba viviendo en Tigre. El momento del año en que el cine estaba cerca era el verano, en Pinamar, donde había dos cines que cambiaban su programación cada semana. Era uno de los planes privilegiados de mis padres. Recuerdo pasar a buscar el programa el día de los estrenos, recuerdo cierto vértigo por las películas nuevas, por saber si entre ellas había una que realmente iba a querer ver. Un mes en Pinamar eran en parte para mí cuatro veces que cambiaba la programación. Una vez mis tíos me llevaron a ver Crímenes y pecados, de Woody Allen, y me dormí. Otra vez mi viejo me llevó a ver Rambo.
Alrededor de mis diez, doce años, apareció la videocasetera. Creo que la primera que conocí estuvo en casa de mis tíos, en San Fernando, a unas quince cuadras de mi casa. Con su llegada algo raro comenzó a pasar. Las películas las veíamos en el mismo lugar, situación y con un clima similar al de las proyecciones en súper 8. Pero el proyector y los rollos de la súper 8, algunos guardados en placares, pasaron a ser viejos. Muy viejos. A esa edad uno necesita separar lo nuevo de lo viejo para descartar como lastre, esos objetos, imágenes y películas que uno siente que son parte del pasado. Es la época en que uno tira esos juguetes que 15, 20 años después querría poder tener, al menos para recordar cómo eran. La videocasetera me ayudo a compartir películas con amigos, en reuniones y cumpleaños. Películas como Cuenta Conmigo o Los Goonies son de esa época.
De la aparición del DVD no recuerdo nada, o quizás solo la promesa de una mejor calidad y que uno tenía menos posibilidades de modificar algo de la imagen. Mientras la cinta de los casetes podían estar mejor o peor, había tracking y esas cosas para mejorar un poco la imagen y que la cinta envejecía, en el dvd solo se trataba de si funcionaba o no. Los DVD no te dejaban adelantar la parte en que te hablaban en contra de la piratería, los videocasetes sí. Cuando el DVD entraba en su fase de expansión me mudé solo y decidí no tener televisor. Sin esta pantalla tampoco tuve reproductor de DVD. Esta etapa duró dos años. Ese tiempo decidí ver películas solo en el cine y fui más que nunca en mi vida. Entre 30 y 40 cada año. Descubrí qué, de todas las que iba a ver cada año se rescataban no más de 10 películas. Extrañé ver películas que no fueran estrenos, volver a ver las que más me habían gustado, poder reencontrarme con Casablanca o los mejores western de mi vida, encontrarme con John Ford y también volver a Los Goonies. En esos años descubrí la sala Leopoldo Lugones.
Luego de estos dos años, el cruce del desierto, compre tele y DVD, enfoqué todo a mi cama y encontré un videoclub en mi barrio. Durante el primer año alquilé tantas películas que un día uno de los dueños me dijo que me consideraba amigo de la casa y dejó de cobrarme. No solo esto me supuso un ahorro necesario en años en que no tenía mucha plata sino que me liberó para sacar películas raras, por las que quizás no hubiera pagado el precio del alquiler. Llegar a casa con la cajita, abrirla, ponerla en el aparato y tirarme a verla se transformó en un ritual sagrado. Como devolución de gentilezas, me prometí devolver todas las películas dentro de las 24hs. Esto me hizo ver siempre las películas el mismo día que las alquilaba. No había negociación posible, así como nunca en mi vida me levanté de una película en el cine, no iba a devolver una película sin verla y no lo iba a hacer fuera del término establecido por el videoclub. Estas reglas le dieron vigor a mi ritual, establecieron condiciones y mantuvieron cierto ritual íntimo con mis películas.
Este videoclub tenía muchos estrenos, algunas películas viejas y comenzó poco a poco a armar unas carpetas con copias piratas de películas estrenadas pero aun no editadas en DVD. Cada año estas carpetas fueron más y más grandes. Cada vez las copias piratas comenzaron a aparecer antes. Seguí yendo al cine, aunque cada vez menos y cada año me compré el anuario de la revista El Amante, número que me servía para recordar las películas que había visto en el año. Marcaba mis elegidas, las que me había faltado ver y pensaba mi propio top ten en comparación con el que elegían los editores y con el que elegían los lectores.
Como dije al principio de esta crónica, este año se me rompió el dvd y nunca lo repuse. Empecé a ver las películas en mi computadora. Esto hizo qué: las viera de más cerca, en general con la computadora sobre el regazo en mi cama, que lo hiciera en una pantalla más chica, que casi deje de alquilar películas y que empezara a verlas en partes, parando la reproducción y en algunos casos comenzando a ver la película un día para terminarle varias horas, o hasta un par de días después. El tamaño de la imagen era el mismo del de la ventana de videos de youtube, y aunque ambas se pueden ampliar, ya no parecía raro ver una gran película en un tamaño reducido. Quizás por este efecto de disminución de las imágenes fue que este año comprendí la frase “el único espectáculo más grande que la vida” mientras leía una nota de El Amante. Era obvio, el cine proyecta imágenes en que todo es más grande que como son en la vida real. Como una paradoja en mi vida, mientras el cine se hacía más chico, desnudaba su verdadera escala.
En los últimos días, cuevana.com, el sitio en que vi todas las películas en los últimos meses comenzó a anunciar que iba a cambiar de sitio. Iba a pasar (y pasó) a ser cuavana.tv. Como si anunciara su huida, como si se declarara un prófugo, como si las películas se estuvieran escapando, no importa el formato ni la forma en que uno las viera. En esos días había comenzado a ver cada capítulo de la serie The Pacific, producida por Steven Spielberg, uno de los directores más importantes de mi vida y temí quedarme sin ver los capítulos que me faltaban. Luego de ver los primeros 6 capítulos de la serie de HBO encontré entre las “últimas películas” de cuevana el film Patton. El frente de la película, visto miles de veces, me hacía pensar que había visto la película aunque sabía no solo que no la había visto sino que no sabía nada sobre ella. Ni quién era el actor, ni quién el director, ni de qué año era. Y decidí verla. Y empecé a hacerlo un jueves a la tarde. Y termine de verla un viernes. De repente me di cuenta que ya no solo no iba a una sala a aislarme del mundo durante un par de horas sino que tampoco lograba reproducir ese tiempo de suspenso en mi casa.
Patton es de 1970 y The Pacific del 2009, ambas tratan sobre personajes y batallas de la segunda guerra mundial, la primera sigue al general norteamericano por África, Inglaterra, Estados Unidos y Europa y cuenta como nunca lo dejan llegar a pelear su última batalla al Pacífico. The Pacific cuenta parte de la guerra en ese océano y algunas de las islas que contiene. La parte japonesa de la segunda gran guerra. Patton, la película, más o menos a los dos tercios de sus casi dos horas para por un intermedio. Cuando apareció este intervalo yo ya había parado varias veces la película. Algunas pocas películas que recuerdo haber visto en el cine se detenían en el medio de su proyección. Muchas ponían una banda de sonido. Creo que la que más recuerdo es Lo que el viento se llevó, no solo por su música sino también porque el intervalo marcaba un punto de inflexión en la historia, con la protagonista jurando venganza y hacer cualquier cosa para recuperar el mundo que veía incendiarse en el estallido de la guerra civil. Y esa película la vi en mi casa, en DVD, en lo que ahora es mesa de luz.
Desde que escribo textos para mi blog de cine anterior trato de contar mis reflexiones sobre las películas. Cuando armé este blog, una continuación del anterior y a la vez uno muy distinto, empecé a pensar no solo en las películas sino también en la forma en que las veo. Pensé en fechar cada película, en contar el momento o el lugar en que había visto la película comentada y también en pensar qué se había transformado a partir de los formatos en que veo y he visto cine en mi vida. En la declaración inicial de este blog escribí que lo que escriba es para “volver al cine”, es decir, a meterme en un cine, en la sala, en las primeras o últimas funciones. Pero también en escribir sobre películas que veo en otros formatos. Mirando el camino recorrido ya aparecen muchas formas distintas, el super 8, el videocasete, el DVD, la televisión, la computadora como reproductor, internet como videoclub, y muchos lugares, algunos a los que había que viajar, otros que existían solo en el verano, el living, las camas, las salas de un centro cultural, los cines de barrio, los multicines, las salas con tecnología 3D, el patio de mi casa. Como un resto del naufragio, en mi casa tengo unas butacas de cine de hierro y madera, como una metáfora, sentado en ellas se ve la gran puerta ventana que da al patio.
El día en que terminé de ver Patton me encontré con un amigo para hacer un asado en casa. Mientras comprábamos algo de carne en el supermercado chino de mi barrio le fui contando algunas de las escenas que más me habían impactado de la película. Creo que esto es una de las cosas que más me gustan, contar partes de películas y contar las cosas que pienso sobre ellas. Siempre es interesante lo que uno recuerda de una película, el recorte que hace, las imágenes, personajes o secuencias que quedan flotando en la memoria. Y siempre es interesante compartir para discutir esos pedazos, que es, también, compartir y discutirse uno en sus ideas.
¿Por qué estas reflexiones las escribo luego de ver Patton? No lo tengo del todo claro, aunque si encontré en esta película dos temas que me movilizaron. Uno, que la vi en partes, cortándola, reiniciándola. Terminé la película buscando información sobre la película en youtube, donde descubrí por un video de tres o cuatro minutos que Coppola trabajó en el guión, especialmente en la apertura del film. El otro tema es la mirada de Patton sobre la guerra. Hay una gran escena en que él resume sus ideas. Está a caballo, la guerra terminó y un grupo de reporteros se acerca a entrevistarlo. Sin bajarse les responde sus preguntas sobre las “wonder arms”. Patton les dice algo como “con las armas nuevas (misiles de largo alcance) no habrá honorabilidad, solo ganadores y perdedores”. Solo ganadores y perdedores. Minutos antes en la película, un militar alemán derrotado mira con admiración una foto de Patton y piensa en voz alta: este hombre no va a poder vivir sin combatir. La película termina con el general relevado de su cargo y la historia cuenta que meses después murió en un accidente de tránsito. Y que en esos meses Estados Unidos tiró las dos primeras bombas nucleares de la historia. Ganadores y perdedores.
Para Patton triunfar era todo, pero la guerra se trataba de la forma en que se triunfaba. Hay una frase de él que dice que el problema de Montgomery, el general ingles con quien rivalizó durante los combates de la segunda guerra mundial, era que este quería acomodar la realidad a sus planes, mientras en cambio él acomodaba sus planes a la realidad. También dice que la honorabilidad, es algo que se construye y sostiene en los actos en el campo de batalla. No tiene que ver con el final, ni con el destino, ni con la victoria. La realidad muestra que el cine ha buscado en los últimos años “espectacularizarse” en 3D, que las salas son, o inmensas, o pequeñas y encerradas en centros comerciales, que a todo lo que no entra en esos complejos se lo busca nombrar como “cine arte”, que la televisión encontró una forma camaleónica de mudarse en series para morderle el cuello al cine, que internet es el gran archivo de películas y que el mercado tecnológico ofrece pequeños cines para instalar en tu casa. Casi nada queda del cine que vi y viví. Como Montgomery, a veces fantaseo con acomodar la realidad a mis deseos y planes, como Patton, acepto que es uno el que debe acomodar sus actos a la realidad. Como el que escribe estas reflexiones y sigue viendo, esperando y pensando el cine, creo que los dos tienen razón.
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