lunes, 22 de noviembre de 2010

8 reflexiones sobre el incendio del Bristol




1/ Quemar un cine con nazis dentro, terminar con todos mientras miran su propia película, lamerles el cuerpo con las llamas, masticarlos hasta transformarlos en cenizas: una de las mejores ideas de Bastardos sin gloria. El cine puede quemar, incendiar, conmover, fascinar, matar. Dentro de un cine (¿con una sala de cine?) se puede cambiar la historia. O al menos se puede mostrar como querría uno que hayan sido las cosas.

2/ El otro día leía unas reflexiones sobre el cine y la muerte. El texto decía que el cine logra congelar un momento de una persona y volverla a la vida cada vez que uno ve la película. Y, a la vez, mostrar el paso del tiempo, que ese exacto momento jamás podrá volver, que eso es el puro pasado. Como cuando se analiza la huella de un animal prehistórico, se deduce qué comía, cómo se relacionaba, su vida, la forma exacta de todo aquello que no existe más. La experiencia del cine nos dice algo sobre la muerte.

3/ La distancia entre butacas, el movimiento individual de cada una, el diseño anatómico para arrellanarse acolchonado, el sonido envolvente, la pantalla ancha que se abre hasta completar el horizonte y finalmente el 3D que invade y acuna, el cine ha evolucionado hacia una experiencia individual pura. Hacia la conquista de la experiencia de cada persona. En el Bristol el sonido era deficiente, una silla movía a las vecinas de la misma fila, podía hacer frío o calor, se podía correr por los pasillos, se podía encontrar un escondite. Ir al cine era una experiencia compartida, en las debilidades técnicas se acrecentaba la presencia de los que se sentaban la misma función a ver una película.

4/ 1800 metros cuadrados y 2300 butacas, el Bristol era un cine, el Bristol era un teatro. Teatro y cine eran espectáculos enfrentados en las funciones y unidos por una lógica íntima común. Escenario antes que pantalla. Agora. Obra de los años en que el cine era la ampliación popular y masiva de las limitaciones de una función de teatro. Un verdadero espectáculo más grande que la vida.

5/ Fui a ver Titanic al Bristol. Estaba casi lleno y hacía frío esa noche. Cuando el barco se hundía y todos caían al mar, en ese momento exacto, hizo más frío. No mucho más, pero se sintió un frío más intenso. Al clima interno del Bristol lo regulaba menos el aire acondicionado que las variantes entre la temperatura exterior, la cantidad de gente presente en la sala y lo que pasaba en la película.

6/ El Bristol siempre daba las películas más taquilleras, siempre más Hollywood y menos Europa. Muchas veces fui al Astro, cruzando la Avenida Santa Fé, buscando otras películas. La pantalla (luego fueron dos) eran mucho más pequeñas que la del cine de enfrente. No solo me sentía que veía un cine destinado a menos personas, algo deseado en esos años jóvenes, algo que me hacía sentir especial, sino que las dimensiones de la sala y la pantalla confirmaban la sensación. La elección que uno hacía determinaba las dimensiones del espacio a las que uno accedía. Hoy todas las salas son chicas.

7/ Este año se estrenó Enemigos públicos, que además de hablar del nacimiento del FBI, el amor y la elección de una forma de vivir y morir tenía al cine como protagonista. Dillinger iba al cine, a ver a los héroes y a los malvados de la pantalla, un lugar en el que además lograba disfrutar del anonimato. Hay una escena en que desde la pantalla se pide a todos los espectadores que miraran para ambos lados para ver si entre ellos estaba Dillinger. Todos obedecen, todos miran, nadie descubre que allí estaba él. Las dimensiones del cine permitían compartir con más de dos mil personas una experiencia y a la vez pasar desapercibido. Esto también se lo llevó las llamas.

8/ Siempre es preferible incendiarse, arder, derrumbarse que transformarse en iglesia.

(estas reflexiones fueron publicadas en el blog Primera función del sitio glamout.com)

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